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Economía y Negocios, El Mercurio - 27 de octubre de 2024

“Chile puede más”

' 'El crecimiento de la productividad se explica por una secuencia perpetua de innovaciones (…)llevadas a cabo por una mirada de iniciativas privadas que solo florecen en un entorno liberal, o de libertad de permiso, en palabras de McCloskey”.

debate

Así tituló Alejandro Foxley su famoso libro que publicara en 1988. En lo estrictamente económico, no venimos a confirmar su diagnóstico ni sus prescripciones, pero sí a rescatar su animus cuando llamó a “volcar la atención del país hacia el futuro”: Chile puede más.

Cuando Foxley escribe su libro, casi un 70% de la población vivía bajo la línea de pobreza, considerando la metodología actual de medición. De mantenerse el ritmo del crecimiento económico que habían exhibido los 17 años de régimen militar, tomaría 40 años doblar el PIB per cápita. Si bien la economía había cobrado un dinámico crecimiento de 1985 en adelante, Foxley dudaba de que dicha tendencia pudiera mantenerse, atendiendo a la baja tasa de inversión de los 15 años anteriores y a la elevada deuda pública, que ascendía a 44% del producto. Controvertía, por lo mismo, las proyecciones de los economistas de Odeplan de entonces, que apuntaban a un crecimiento de 4,5% por año, posible de sostenerse hasta 1995. En tal sentido, el “Chile puede más” de Foxley se refería más a las posibilidades de armonía social y política —cosa no menor en un país profundamente dividido— que a un elevado crecimiento futuro.

La historia económica subsecuente sorprendería a Foxley y a los economistas de Odeplan por igual. Durante 1990-97 el PIB crecería 7,3% por año, permitiendo reducir la pobreza a 39% y bajar la deuda pública a 13% del producto. Foxley sí acertó con su “Chile puede más” en lo que respecta a la recuperación de la armonía política y social, pero contribuyó grandemente a ella —qué duda cabe— el espectacular crecimiento económico que escapó a sus propias expectativas. Chile pudo más porque creció más. Mucho más.

Ha pasado bastante desde entonces, pero hoy volvemos a circunstancias parecidas a las que rodeaban a Foxley en 1988. Venimos de un paupérrimo decenio 2014-23, a cuyo ritmo de crecimiento tomaría medio siglo doblar el ingreso per cápita. Por su parte, la deuda pública sobre producto ha vuelto a niveles de 1989 y la inversión viene creciendo desde 2014 a un magro 1% anual. Asimismo, el 18-O y sus secuelas han traído de regreso profundas divisiones. También, hoy como ayer, cunde el pesimismo.

En estas circunstancias, que guardan más de un paralelo con 1988, queremos nuevamente decir que Chile puede más. Puede crecer más. Mucho más.

¿Pero cómo?

Miremos con más detención el período 1990-97, cuando la economía le torció la mano al pesimismo. Las predicciones de Foxley —y de muchos otros— eran que Chile tenía acotadas posibilidades de crecimiento en atención a su baja inversión pasada. Pero la inversión no es la determinante última del crecimiento, sino “la productividad total de factores”, esto es, cuánto más productivos se hacen el capital y el trabajo en el tiempo. Por lo mismo, la inversión, como predictora del crecimiento, puede verse sorprendida por lo que ocurra con la productividad.

Pues bien, eso fue exactamente lo que ocurrió en los noventa: una eclosión de productividad que sorprendió a las modestas proyecciones basadas en las bajas tasas de inversión pasadas. Más de la mitad del crecimiento de 1990-97 fue explicada por el aumento de la productividad; la contribución del capital, originada en la inversión, dio cuenta de menos del 30% (Fuentes, Larraín y Schmidt-Hebbel, 2004).

Chile pudo más, porque creció la productividad. De igual modo, hoy Chile puede menos, porque la productividad lleva 15 años estancada.

¿Qué determina el crecimiento de la productividad? Las hipótesis académicas sobran, pero no sirven de mucho para explicar el caso chileno. Suele enfatizarse el “capital humano”, pero ocurre que, a comienzos de los noventa, con 300.000 estudiantes en la educación superior, la productividad descollaba, mientras que hoy, con más de un millón en dicho estadio, la productividad está estancada; por ahí no va. Tampoco va por el lado de las explicaciones institucionales a la Acemoglu-Robinson. Los flamantes Nobel de Economía han sido reiterativos en su desconfianza hacia el pequeño Estado liberal, pero eso era precisamente lo que tuvimos en los noventa —un ordenamiento distinto del que imaginara Foxley— cuando ocurrió el big bang de productividad.

Vamos entonces a una explicación “fuera de la caja”, inspirada en un reciente paper de McCloskey. Siguiendo a dicha autora, el crecimiento de la productividad se explica por una secuencia perpetua de innovaciones —nuevas ideas, nuevas adopciones, nuevas formas de organizar los negocios— llevadas a cabo por una mirada de iniciativas privadas que solo florecen en un entorno liberal, o de libertad de permiso, en palabras de McCloskey. A su turno, la libertad de permiso descansa, según la autora, en tres elementos: Dignidad, Libertad y Retorno.

Dignidad significa que quien innova tenga una acogida positiva en la sociedad, o al menos no una enconada resistencia. Libertad, que no haya sobrecarga de regulaciones para quien innova. Retorno, que quien innova pueda esperar capturar —mientras duran las rentas de su innovación— un retorno anormalmente alto.

Y esas eran las tres cosas que había en los noventa —y que ahora constatamos se venían incubando desde 1985—, pero que fueron luego desapareciendo de a poco, hasta esfumarse por completo.

Tomemos un único ejemplo (sobran). Entre 1990 y 1997 las exportaciones de salmón se multiplicaron por casi siete veces. Pero entonces, (1) había Dignidad asociada a la irrupción productiva innovadora, y no descrédito como ocurre hoy, con institutos financiados por el Estado de Chile que colaboran con un reportaje contra el propio salmón nacional en el NYT; (2) había Libertad, una regulación simplificada, y no una policía ambiental sancionando a las empresas cuando su productividad es mayor que la determinada por resoluciones administrativas (literal); y (3) había Retorno anormal esperado, que alimentaba a los “espíritus animales”, y no temor crónico a reformas tributarias que acaecen cada cuatro años para nutrir a un Estado siempre falto de plata.

¿Chile puede más? Desde luego. Podrá más cuando a toda innovación, desde la más modesta a la más grande, se le devuelvan la Dignidad, la Libertad y las expectativas de Retorno.