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Economía y Negocios, El Mercurio - 09 de julio de 2023

El ministro y los cuarenta proyectos

' 'Lo que falta en nuestro país no es más Corfo ni financiamiento estatal, sino un marco jurídico que dé certezas a la inversión. Cuando competimos con otras jurisdicciones, cargamos con la mayor complejidad administrativa de permisos de toda la OCDE”

debate

Cuenta la historia que cuando Catalina la Grande viajó para conocer los extensos territorios anexados algunos años antes por su imperio, su amante, el general Potemkin, urdió una treta para impresionarla. Dispuso este la construcción de pintorescos “pueblos móviles” —fachadas que imitaban asentamientos reales—, y ordenó que se fueran instalando, desinstalando y volviendo a instalar por adelantado en el camino, moviéndolos en barcaza durante la noche por el río Dnieper. De este modo, durante el día, la emperatriz veía a su paso una seguidilla de pueblos —la pujanza de la “Nueva Rusia” gobernada por Potemkin—, cuando en realidad reinaba la miseria.

En política, la historia ha dado lugar a una metáfora. Se llama pueblo Potemkin a aquellos discursos que algunas autoridades suelen dar en el extranjero con el fin de exhibir una visión atractiva de su país, escondiendo una realidad más bien menesterosa. En el ámbito literario, el escritor Reinhard Lettau ha llevado la historia al plano del cuento fantástico. En su relato, los soldados de Potemkin, que disfrazados de campesinos deben “habitar” el pueblo ficticio para mostrarse a la emperatriz, paulatinamente se convierten en habitantes reales de un pueblo que también cobra vida. La fantasía, para los mismos que la instalan, termina haciéndose real.

Aparentemente, el ministro Marcel, en su exposición durante el Chile Day, cayó en la tentación de instalar un pueblo Potemkin. Sostuvo que en nuestro país había más de cuarenta proyectos de hidrógeno verde (H2V) en desarrollo, lo que hizo titulares. Respaldó sus dichos con una lámina que muestra a Chile extendido en forma horizontal —lo que nos trae a la imaginación una suerte de río, algo así como otro Dnieper—, donde se identifican geográficamente los proyectos en cuestión.

¿Son reales los cuarenta proyectos o, más bien, pueblos Potemkin?

Vamos viendo. Lo primero que hay que hacer es contar: la lámina muestra 21 proyectos, no 40. De los 21, 17 son iniciativas “Pre-fid”, lo que significa que sus promotores aún no se han decidido a invertir. Ignoramos con qué criterio fueron incluidos en la lámina, pero algunos causan sorpresa, como el Quintero Bay, cuyos impulsores anunciaron el año pasado que corría riesgo por ausencia de demanda. Ninguno de los “Pre-fid” está registrado en el Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA). Son de hidrógeno verde, pero parece que están demasiado verdes.

En cuanto a los cuatro restantes, son todos piloto. ¿Cuánto pesan en términos de impacto? Sumados, alcanzan algo así como un décimo de milésima de la potencia eléctrica instalada del país. Si esto fuera biología, habría que mirarlos con microscopio.

Vamos ahora al plato fuerte. Uno de los 17 proyectos “Pre-fid” se asemeja a un pueblo móvil de Potemkin: donde estaba, desapareció, pero reapareció en otra parte. El problema es que no reapareció en otro lugar de Chile, sino que en Estados Unidos.

Se trata del proyecto Cabo Negro y su parque eólico Faro del Sur, cuyo objetivo era producir gasolina neutra en emisiones, a partir de agua y aire en Magallanes. Correspondía al escalamiento industrial del mayor de los pilotos en operación que aparece en la lámina del ministro. En una primera fase contemplaba 1.500 millones de dólares de inversión, que subían después a 13.000 millones, representando una expansión en la potencia eléctrica instalada del país de un 25% (Givovich, Quiroz y Schmidt-Hebbel, 2022).

El proyecto, durante un tiempo, estuvo activo en el SEIA. Estuvo, pero ya no está. En octubre del año pasado, la empresa promotora, conformada por empresarios chilenos junto con Porsche Siemmens y Enel, retiró el proyecto del proceso de evaluación, ante las inéditas exigencias —que estimó desproporcionadas— de la Seremi del Medio Ambiente de Magallanes.

Y bueno, el proyecto reapareció, pero en Estados Unidos. En efecto, en abril pasado, la misma empresa comunicó que un proyecto suyo de similar naturaleza, pero con una inversión cuatro veces mayor que la primera fase originalmente prevista para Chile, había obtenido los permisos de la autoridad medioambiental de Texas (Bloomberg). La inversión está por comenzar, pero en Texas, no en Chile.

El proyecto que reapareció en Texas es de verdad; el que aparece en la lámina del ministro, por ahora al menos, clasifica como pueblo Potemkin.

Se ha anunciado, con cierta rimbombancia, la creación de un fondo de mil millones de dólares para promover el H2V, así como un banco nacional de desarrollo que financiaría la transición energética. Sin embargo, el caso del proyecto referido, que desaparece de Chile para reaparecer multiplicado por cuatro en Texas, evidencia que lo que falta en nuestro país no es más Corfo ni financiamiento estatal, sino un marco jurídico que dé certezas a la inversión. Cuando competimos con otras jurisdicciones, cargamos con la mayor complejidad administrativa de permisos de toda la OCDE, lo que resulta en procesos de aprobación inciertos que pueden durar hasta 12 años, según el reciente informe de la Comisión Nacional de Evaluación y Productividad. Por ello, mientras Texas ya está en el escalamiento industrial del H2V, aquí aún estamos en el mundo de los proyectos piloto, o bien en esa suerte de limbo que es el “Pre-fid”, donde el inversionista aún no se decide y todavía lo está pensando.

Esa es la cruda realidad; lo demás son discursos, anuncios y láminas.

Epílogo. El problema no es tanto que el ministro haya jugado un poco a Potemkin —qué autoridad no lo ha hecho alguna vez—. El real peligro es que la tecnocracia que lo asiste, como la soldadesca de Lettau, termine creyendo que la fantasía que ella misma instala es real.