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Economía y Negocios, El Mercurio - 16 de abril de 2023

Desastres económicos y memoria colectiva

“Si los tan ninguneados “30 años”, los de mayor progreso económico de nuestra historia, hubiesen dejado una impronta tan clara como la inflación de 1973 y sus secuelas, mucho mayor sería hoy el consenso, y menor el encono, en cuanto a lo que Chile precisa para levantrse y seguir adelante”.

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El 26 de julio de 2012, Mario Draghi, entonces presidente del Banco Central Europeo (BCE), pronuncia en Londres, ante más de 200 inversionistas y autoridades económicas, un breve pero memorable discurso. A la sazón, Europa atraviesa por una profunda crisis de deuda soberana y muchos ya apuestan por el colapso del euro. Entonces, Draghi, que sabe cómo hablar a los mercados, se dirige a la audiencia:

 “En el ámbito de nuestro mandato, el BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar el euro”. Luego de una pausa, agrega: “Y creedme: será suficiente”.

Su resolución – y credibilidad – le dobla la mano al mercado. Prontamente comienza a estabilizarse la situación. Todo el mundo celebra.

Todo el mundo, menos los alemanes, que entran en pánico. Aquello de resolver un problema de origen fiscal, con las herramientas de política monetaria, les inquieta profundamente. ¿A qué le temen? A la inflación.

En efecto, poco después del discurso de Draghi, una encuesta conducida por el Allenbascher Institut, preguntó por cuál era el mayor temor de los encuestados. El primer lugar lo ocupó la inflación, empatando con “terminar como vegetal”.  Los alemanes le temían más a la inflación que a enfermar de cáncer o al terrorismo. Y estamos hablando de 2012, cuando la inflación era de sólo 2,1% anual.

¿Qué explica ese temor, con ribetes casi patológicos? La memoria colectiva. Concretamente, el recuerdo, transmitido de generación en generación, de la devastadora experiencia de la hiperinflación vivida por Alemania entre 1921 y 1923.

Este año se cumple un siglo desde aquel fatídico 1923, el último año de la hiperinflación, marcado por el hambre y la descomposición social.

Jutta Hoffritz, periodista, en un libro de reciente publicación, “Toten Tanz” (“Danza de Muerte”), nos regala una pequeña joya de recuento intrahistórico de dicho año. La narración procede mes a mes, y sigue el curso de personas de procedencias sociales diversas, desde un magnate maquinador hasta una bailarina de vida disoluta.

Los ingredientes de la debacle: una democracia débil (asesinatos políticos, aventuras separatistas, el intento golpista de Hitler), un país profundamente dividido, y el ilusorio intento de financiar la carga de las reparaciones de guerra emitiendo dinero. Se agregan a ello aspectos menos conocidos por el no especialista, como la ocupación por parte de los franceses de la cuenca del Ruhr para hacerse del carbón alemán, con la consiguiente resistencia de los obreros alemanes, cuyos salarios, estando en huelga, fueron también solventados con mayor emisión. El término de la hiperinflación se presta para tragedia Shakesperiana: coincide con la muerte por infarto, en su oficina de trabajo, del presidente del Banco Central, Rudolf Havenstein, responsable directo del descalabro.

La memoria colectiva, precisamente por ser colectiva, facilita consensos políticos duraderos, que evitan repetir los desastres del pasado. En el caso alemán, esto se refleja en una tradición de prudente conducta fiscal que, hasta hoy, contrasta con otras economías europeas de tamaño similar. En los últimos seis años (2016-2021), mientras la deuda pública de Alemania se ha mantenido estable, en torno a 69 puntos del PIB, en Francia ha subido de 98% a 113%, en Italia de 135% a 151% y en el Reino Unido de 87% a 104%.

¿Y qué hay de Chile? ¿Disponemos de memorias colectivas que nos prevengan de incurrir en desastres económicos del pasado?

Pues bien, así como en Alemania se cumplen cien años de la hiperinflación, en Chile - integrando un conjunto de trágicos episodios - se cumplen cincuenta desde que experimentamos la inflación más grande de la última centuria. En efecto, en 1973, con una inflación del 508%, el alza de precios que ocurría en algo más de tres semanas era similar al que tuvo lugar durante todo el año pasado. Conocer la normalidad de precios – inflación de un dígito - nos tomó más de veinte años. Ello cimentó una memoria colectiva que, al igual que en el caso alemán, nutre consensos proficuos para la estabilidad económica. 1973 y sus secuelas, en lo que a inflación respecta, nos dejó como legado un marcado respeto por los equilibrios macroeconómicos, reflejado en un amplio consenso en torno a la importancia del equilibrio fiscal y a las bondades de un Banco Central independiente.

Sin embargo, los equilibrios macroeconómicos, aunque necesarios, no son suficientes para fundar el progreso; se requiere bastante más que eso. Si los tan ninguneados “30 años”, los de mayor progreso económico de nuestra historia, hubiesen dejado una impronta tan marcada como la inflación de 1973 y sus secuelas, mucho mayor sería hoy el consenso, y menor el encono, en cuanto a lo que Chile precisa para levantarse y seguir adelante.

Se advierte, entonces, una asimetría: tenemos una memoria colectiva que nos blinda contra el desastre macroeconómico, pero, a pesar de haber experimentado décadas de notorio progreso, carecemos de otra que nos proteja de la decadencia. Recordamos el año que culminó en desastre y sus secuelas, pero no el paulatino y sostenido proceso que nos hizo más prósperos.

¿De dónde viene la asimetría? De la naturaleza humana. Rumiamos una y otra vez nuestras experiencias traumáticas, sumiendo en el olvido las más apacibles de nuestra existencia.