EL MERCURIO Economía y Negocios - 23 de enero de 2022
¿Emerge un “Gatopardo”?
"Es de suponer que Boric quiere realizar al menos algo de su programa y que Marcel no está dispuesto a hipotecar su reputación asociándola a un desastre económico. Ambas aspiraciones, de Boric y Marcel, solo pueden realizarse morigerando fuertemente el ímpetu disruptivo, tanto del programa de gobierno como de la Convención Constituyente”.
Aun si no ha leído El Gatopardo, el lector estará familiarizado con la sentencia del príncipe de Salina, protagonista de la novela homónima: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.
Conocido el gabinete del Presidente electo, resulta inevitable sospechar algo de gatopardismo al interior de su círculo de confianza. En efecto, hace solo un par de meses, la figura y mensaje de Boric venían acompañados por una marcada coreografía revolucionaria, donde la orden del día parecía ser la imperiosa necesidad de “que todo cambie”. Develado el gabinete, y muy especialmente el nombramiento del ministro de Hacienda, surge la sospecha de si acaso todo cambiará, precisamente para que todo siga más o menos como está.
No hay exageración en esto: el gabinete recién conformado señala más continuidad que cambio disruptivo. El Presidente electo no gobernará con su coalición original, ese manojo irregular de inteligencia izquierdista pegoteada con el Partido Comunista, con representación parlamentaria incluso inferior a la que tenía la Unidad Popular en tiempos de Allende. No. La coalición gobernante ahora llega hasta el PPD y es, de hecho, muy similar a la antigua Nueva Mayoría, excepto por una suma y una resta: suma por un lado al Frente Amplio —cómo si no— y resta, por otro, a la Democracia Cristiana.
Dicho sea de paso, la exclusión de la DC, no exenta de indecoro —hubo incluso un economista de esa tienda candidateándose con desparpajo para ministro de Hacienda—, ayuda de hecho a la coreografía revolucionaria, complemento esencial del gatopardismo, porque en el mundo del Gatopardo, aunque las cosas sigan más o menos como están, sí tienen que parecer cambiadas. En tal sentido, la salida de la DC del escenario —quién sabe si para ocupar el palco o la galería— es parte inevitable del guion.
Cuento aparte es el nombramiento de Marcel como ministro de Hacienda, lo que da una señal de continuidad tecnocrática más que sorprendente, porque no es poca cosa que el próximo ministro de Hacienda sea el mismo a quien el actual Presidente hace no mucho ratificara como presidente del Banco Central.
Sospechando con antelación el nombramiento de Mario Marcel, los mercados habían venido corrigiendo en los últimos días, al menos parcialmente, la marcada depreciación experimentada por el peso desde mediados del año pasado. La corrección se afincó algo más después de conocido su nombramiento, acompañándose además de un alza, modesta pero detectable, en las acciones locales.
¿Mutará esta primera “corrección” de los mercados en franca “tendencia”, anunciando con ello un mejor futuro económico? Eso dependerá de si el Presidente electo, en sus actos subsecuentes, persevera o no en su gatopardismo. Y ese es el quid del asunto.
Partamos por lo básico: si la Convención propone una Constitución refundacional y el programa de Boric se cumple además a ultranza —como lo pedía Jadue—, el país se sumirá en el marasmo. No hay que tener muchas luces para ello. Una Constitución refundacional dejará a la inversión en compás de espera, mientras se dictan los múltiples nuevos cuerpos legales y se reemplazan los antiguos, quedando además por verse, después, si el conjunto resultante es aún atractivo para la inversión. Con reducida inversión, el crecimiento será mediocre en el mejor de los casos, con lo que un aumento de carga tributaria como la que requiere el programa de Boric sumirá a la economía en la decadencia.
Es de suponer que Boric quiere realizar al menos algo de su programa y que Marcel no está dispuesto a hipotecar su reputación asociándola a un desastre económico. Ambas aspiraciones, de Boric y Marcel, solo pueden realizarse morigerando fuertemente el ímpetu disruptivo, tanto del programa de gobierno como de la Convención Constituyente. Y bueno, en eso consiste precisamente el gatopardismo: dejar a la coreografía revolucionaria a nivel de símbolos, pero administrar al Estado con una dosis inequívoca de prudencia conservadora y racionalidad; en suma, cambiar muchas cosas, para que el final nada cambie muy radicalmente.
¿Será ese el desenlace? Sería ideal que así fuera, en bien del progreso. Pero no es el único resultado posible.
En efecto, ya es hora de decirlo: el nombramiento del gabinete, y del ministro de Hacienda en particular, admite dos lecturas posibles. Bien podría tratarse de lo ya sugerido, un primer acto de gatopardismo, que seguirá percolando en lo sucesivo, tanto al programa original de Boric como a la Convención Constituyente. Alternativamente, sin embargo, podría tratarse de un movimiento táctico distractivo, concebido por el hermético círculo del Presidente electo, para calmar ánimos y mercados, mientras se blindan las aspiraciones de cambios genuinamente disruptivos. Ambas acciones tienen algo de maquiavélico, lo que no debiera escandalizar a nadie en todo caso, porque estamos hablando de política. En la primera, se juega con las aspiraciones idealistas de parte de la base de apoyo original de Boric, que se verán luego decepcionadas o traicionadas, porque no hay gatopardismo sin traición. En la segunda, se juega con las personas, instrumentos de oportunidad para una ocasión —la lustrosa foto en el Museo de Quinta Normal—, pero dispensables luego cuando mejore la correlación de fuerzas. Cuento corto, se trata de una noticia en progreso.